Me asombran las rutinas. Los pequeños momentos enlazados de cada día, imprescindibles a días, y aborrecibles en otros momentos. Por más que intentemos saltarnos la monotonía, necesitamos esos instantes, con sus horarios prefijados, sus espacios y ritos delimitados. Porque en ese terreno personal, encontramos refugio.
De igual manera, sigo encendiendo la televisión y buscando mi espacio narcotizante entre sus líneas. A veces cambio de horarios, de canales, de compañía... pero siempre se mantiene el nexo. Cuando me visita la musa, entonces me olvido de nuestro lazo imperecedero. Pero ella no siempre está. Así que la rutina rota por su presencia se vuelve monótonamente televisiva. A veces le gano la batalla, atraída por otros espacios que sí expanden mi creatividad. Otras veces, la debilidad me puede. Me vence la comodidad.
Así que me asombran las otras personas rutinarias. Respecto de mí, el sentimiento está más cercano a la reprimenda. Y todo esto que me asombra es sólo el proceder cotidiano de casi todo el mundo. Pero me asombra, por cuanto tiene de normal. Todos girando hacia el mismo lado, con un tempo personal pero socializado, girando con el mismo giro. Es increíble que no nos hayamos mareado, que sólo algunos plantemos batalla.
Quizás de tanto asombro, me acabe aburriendo. A veces me pasa, pero no puedo evitarlo.
Os dejo con la cita responsable de la reflexión:
"Lo improbable asombra a todo el mundo, lo cotidiano sólo al genio" (Jorge Wagensberg)
Y para ser un genio basta con querer dejarse asombrar, con MIRAR
sábado, 21 de agosto de 2010
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